domingo, 2 de octubre de 2011

Nada es lo que parece

Decía Henry Miller, el autor entre otros libros, de Trópico de cáncer (cuya publicación fue costeada, según cuentan, por Anaïs Nin, su amante), que le fascinaba el apellido Cervantes, que era como un temblor místico, o Montaigne, porque parecía que tenía nombre de vino; mientras que le horrorizaba Catón, pues parecía que lo iban a castigar a leerlo. Lo mismo ocurría con los títulos de los libros, comentaba: "Hay libros que uno nunca leerá, por culpa de su título".

Desde luego, creo que tenía parte de razón. ¿Quién de nosotros no ha comprado un libro alguna vez, porque le atraía el título? ¿Cuántas otras no hemos dejado de lado un buen libro, porque el título no nos sugería nada?

Quizá este hecho sea algo frívolo, pero a mí que me gusta rebuscar en librerías,  he hecho saltar un libro de un estante, en algún momento, por el título que ofrecía. En ocasiones, detrás de estos títulos había mucha miga que cortar y me felicitaba por el acierto; sin embargo, en muchos casos, lo único que pesaba del libro era el título, el resto era gas y poco más. Así empezaba mi fase de desencanto. Sintiéndome conscientemente engañado, me prometía no volver a caer. Aunque sé que es harto improbable, pues es difícil resistirse a la tentación.

 Qué razón tenía Baltasar Gracián cuando en su Arte de la prudencia señalaba: "Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen" .

Pedro Vega

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